jueves, 1 de febrero de 2018

Muñeca y su caballero andante

 Muñeca y su caballero andante





                A pesar de tanta pestilencia, Muñeca se distingue como la más festiva y alegre, como la gran peluda que se pasea y hace galardón a tan querido caballero que deambula en pleno siglo XXI, con toda la honra de su carruaje y su antiguo traje de paño; homenajes, acechanzas y algunos utensilios que ha ayudado a este quijotesco ennegrecido, a librar las más duras batallas, que en compañía de su fiel escudera hacen digna la ruta. Quién sabe si por esa gran compañía, Jonás se distingue en el vecindario como un hombre respetuoso, callado, trabajador decoroso de la calle. Pero El amor y la honestidad prometida a Muñeca pondrán en tela de juicio su intachable dote de caballero.
Una tarde de domingo,  Jonás estaba como siempre, vendiendo sus tesoros en las calles de esta ciudad, se acercó un hombre y acaricio a muñeca, y mirando a Jonás, le pregunto:
─ ¿Cuánto vale? ─sin dejar de mirar a muñeca.
─Ella no tiene precio, ni se le ocurra, no la toque. ─Jonás lo miraba con desprecio.
Era un hombre alto, que sujetaba en su mano un sombrero de copa, dejando ver su frondosa barba gris. Se alejó sin insistir más en su oferta. Jonás abrazo con fuerza a muñeca, prometiéndole que nunca nadie los separaría.
Termina otro día de dura jornada, la plata no es mucha pero alcanza para los dos, su vieja casa de mimbre y zinc resguardo de dos guerreros de la calle que luchan la comida de día, para retozarsen de noche. Nunca hace falta la cotidiana vida que pone sobre la mesa los panes de maíz y la agupanela caliente servida para dos, y el fuego de una  improvisada chimenea. Jonás es feliz así, moliendo entre sus dientes aquellos mendrugos, mientras mira fascinado a Muñeca.
Un rayo de luz se proyecta sobre la mano de Jonás, quien extiende sus dedos para alcanzar a muñeca, pero no la alcanza, se levanta de prisa, mirando alrededor de su cama, pero ella no está.
─ ¿dónde estás Muñeca? Vamos que se hizo tarde para ir a trabajar.
Jonás busca debajo de la cama, junto al sofá, al frente donde se extiende sus escaparates de utensilios y partes de un todo, en la esquina donde esta la mesa que hace de comedor, en cada orillo de su pequeña casa, pero ella no está.
Se apresura a vestir su traje de paño, sus pómulos están rojos, agarra su escudo de lata, parece que está a punto de llorar, agarra su espada la misma que corta pan y madera. Sobre su carruaje emprende la búsqueda, preguntando en cada casa, a cada transeúnte que se cruza. En cada metro de calle recorrido sus ojos se hacen más brillantes y su rostro aún más enrojecido. No se sabe nada de Muñeca. Piensa en el hombre de barba, el que pedía precio por su muñeca…. Nada define la lealtad de un caballero andante sobre el filo de una vida sujeta a la locura.
Bajo el retumbo de un viejo embudo, Jonás emite sobre las calles de esta ciudad su más temible manifiesto:
─Señoras y señores soy Jonás, y tiemblo de rabia porque se robaron a Muñeca, y los que me conocen saben lo que significa para mí, buscare en cada rincón de sus casas hasta encontrarla, si saben del hombre de barba gris y sombrero, es mejor que me lo digan o sino con esta espada arrancaré sus lenguas.
Jonás entra en cada casa, sin aviso tumba sus puertas, destruye todo a su paso para que no le quede ni un rincón donde buscar, los niños lloran, las mujeres gritan y los hombres se esconden.
Al final de esta larga búsqueda, exhausto y triste llega a casa. Que sorpresa al ver que en su viejo sofá, se encuentre aquel hombre de barba gris, y sobre sus piernas sentada esta Muñeca, ella sale a toda prisa meneando su cola para salir al encuentro de su caballero.
Jonás hace parte de los persistentes coleccionistas de recuerdos, que riegan en las calles peatonales todo tipo de menesteres: lozas, cajitas, ruedas, relojes, anillos, tacones, bronce, plata, óxido. Todo lo que hacía parte de sus casas, del abuelo, de la tía, del difunto, pero también del vaciado que prefirió vender sus cosas, para no ahorrar en hambres y aprovechar los desperdicios que va dejando la vida. Siempre hay quien recicle los memoriales de otros, siempre abra quien recuerde con los recuerdos de otros, en otras cosas y otras casas. Alguna vez andando en su carruaje de deteriorada madera y latón, escucho un llanto, se detuvo para saber que era, una perrita estaba atrapada en el hueco de una alcantarilla. Era la perrita perdida del hombre de barba gris y sombrero.

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