sábado, 25 de junio de 2011

Cuando lo innombrable se convierte en protagonista

Don Rigoberto sonrió, contento. “cagar, defecar, excretar, ¿sinónimos de gozar?», pensó. Sí, por qué no. A condición de hacerlo despacio y concentrado, degustando la tarea, sin el menor apresuramiento, demorándose, imprimiendo a los músculos del intestino un estremecimiento suave y sostenido. No había que ir empujando sino guiando, acompañando, escoltando graciosamente el desliz de los óbolos hacia la puerta de salida. (Llosa Pág. 83)



Todas las acciones físicas del hombre, poseen sensualidad, el cuerpo en todas sus extensiones es sensible al tacto humano y a las funciones fisiológicas que posee en sus estructuras y tienen la particularidad de que sean contadas con detalles porque son parte de un todo, porque la simpleza de sus acciones y emociones hacen al hombre de carne y hueso, sin importar desde que jerarquía se asome, nos hace iguales a todos los seres humanos. El lenguaje de la literatura mantiene una dudosa relación con la realidad, descubre en forma insidiosa para decir lo impronunciable, para hacer de hechos cotidianos un mundo fascinante de formas, colores y olores, defecar, asear las orejas, sacarse los mocos, cortarse las uñas de los pies, efectos de una verdad tan perceptible y obvia, que se olvida muchas veces de ser reflexionada.

Mario Vargas Llosa en Elogio a la Madrastra, usa un lenguaje que pronuncia lo deseable, lo húmedo, lo ardiente, aquello que subyace en los baños, en las habitaciones y salones oscuros, aquello que todos hacen y piensan y sin embargo los hace sentir pena. Desde la posición del padre que dibuja su cuerpo en la tina de su baño, en la mujer que desea a su amado con demencia carnal, en el hijo que abraza a su madrastra con deseo; y es un rey, y es una diosa, y es un hombre de oficina y es ella una mujer cuarentona.

La consciencia que crea en su cuerpo Rigoberto, se asoma a la autonomía y poder de un rey, pero también a la sumisión de un siervo que se desvive por su amada, cuidando cada detalle de su cuerpo en honor al erotismo, a la pasión, al sexo, como revelaciones del amor que profesa hacia su diosa griega, pero también hacia la Lucrecia de 40 años: desde que se había casado, y sin que Lucrecia lo supiera, también combatía contra la decadencia de su cuerpo en nombre de su esposa. “como el Amadis por Oriana”, pensó: “por ti y para ti, mi amor”(Llosa pág. 93). El virtuoso caballero Amadis representante de la caballería del siglo XVI, realiza un sinnúmero sacrificios y aventuras para lograr el amor de una hermosa dama llamada Oriana; la novela de caballería El Amadis de Gaula, aunque fu escrita en 1508, sirven de argumento al escritor que cruza épocas y vidas en busca de un amor como el del virtuoso caballero Rigoberto.

Laberinto de amor que asemeja a un cuadro abstracto, al principio, no me veras ni entenderás pero tienes que tener paciencia y mirar (Llosa Pag157) El arte abstracto al igual que el amor de estos amantes, posee momentos, miradas y cruzamientos indescifrables, igual que el cuadro de Fernando de Szyszlo, Camino a Mendieta, deja de considerar justificada la necesidad de la representación figurativa y tiende a sustituirla por un lenguaje visual autónomo, dotado de sus propias significaciones, ahora deja de mirar. Ahora cierra los ojos. Ahora, sin abrirlos, mírame y mírate tal como representaron en ese cuadro que tantos miran y tan pocos ven. (Llosa pág. 161)

Pasando por distintas épocas que proporcionan al relato elementos distintos pero disimiles, el arte abstracto del siglo XX, los albores de la novela caballeresca en el siglo XVI y retrocediendo aun mas en el tiempo hasta el 680 a.C. donde el rey Cándales empezó a alabar las virtudes de su mujer ante Giges, su colaborador, y al final, creyendo que Giges pensaba que exageraba, le propuso visitar el dormitorio de su mujer antes de que ésta se acostara para que pudiera verla desnuda, y juzgar así por sus propios ojos lo que  escuchaba del rey. Rigoberto se engalanaba de su aire de león de la manada, donde su más preciado tesoro sobrevivía en la espesura de sus sabanas, en el sexo desinhibido con el que amaba a su mujer.

Cuando lo innombrable se convierte en protagonista, desde la rutina de higiene y pulcritud de un hombre que empeña esfuerzos en mantenerse limpio y bello ante su amada, desde los más íntimos secretos de la noche, donde hombre y mujer unidos en un solo estimulo se abstraen de la humanidad y sus distintos sentimientos, hemos perdido el apellido y el nombre, la faz y el pelo, la respetable apariencia y los derechos civiles. Éramos una mujer y un hombre y ahora somos eyaculación, orgasmo y una idea fija. Nos hemos vuelto sagrados y obsesivos.      (Llosa pág. 160) lo profano y lo sagrado convergen hacia una misma unidad simbólica de la vida que oscila entre el auscultismo, el erotismo y el amor.




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